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LA MUJER FARO

  • Ricardo Sosa
  • 17 jun 2017
  • 4 Min. de lectura

Si la viera mi abuelo, seguramente lo inspiraría a cantar el tango que siempre

entonaba cuando se pasaba de copas…”Sola, fané y descangallada /la vi esta

madrugada salir del mar… y no es que se equivocara en la letra, sólo que

acostumbraba a cambiarla según la ocasión.

Y seguro, que hasta le hubiera cambiado el título al tango de Discépolo, por el de

“La mujer faro”, no porque hubiera pensado que “esta noche me emborracho”, ni

por capricho de viejo, sino porque fue siempre un agudo observador de las cosas.

Recuerdo, sobre todo, de las historias que supo contarme, la de la niña que se

perdió entre las dunas y el incipiente bosque a mediados de la década del 40,

cuando el abuelo siendo muy pibe, llegó con sus padres por estos lados del

mundo buscando una vida sana, naturista y vegana. Parece que nunca la

encontró, porque al viejo le gustaban el asado y el tinto más que jugar al tejo en la

playa.

De aquella historia, la de Marcelita, la niña que se perdió en el bosque, mi abuelo

siempre tuvo una teoría:” Para mí, se metió en el mar…. Y contaba que los pocos

habitantes, siempre la buscaron en sentido contrario, por eso nunca la pudieron

encontrar.

Aquel episodio hubiera quedado olvidado para los habitantes de este lugar, sino

fuera por algo que bien entrada la década del 60, llamó la atención de todos.

Supo llegar por aquel entonces, un busca vidas que ni bien aterrizó por la zona

abrazó un oficio poco habitual, hasta se podría decir que fue un pionero, el

“pochoclero” de la playa. Con el abuelo, todavía joven, mantenían largas

discusiones sobre automovilismo, pasión que los unía, y sobre política, cuestión

que los distanciaba, porque Sergio, el pochoclero, era radical, y el viejo fervoroso

peronista.

En realidad Sergio, tiempo después lo supimos, vino siguiendo a una morocha que

vivía en Liniers con corte rollinga que se había acoplado al movimiento hippie. Por

eso cuando relató su historia, muchos pensaron que lo hacía de fumado y le

dieron poca credibilidad.

Contaba, que una madrugada, vio como una pequeña corría a un perro en la orilla

del mar , al que le gritaba:” Papucho, vení, no te vayas….” Y que de repente se

detuvo……se quitó el pareo que la envolvía, dejó de correr y llamar al perro.

Comenzó a mirar hacia el mar, como buscando algo, meneando su cabeza en el

  • sentido de las agujas del reloj, haciendo un cuarto de giro con su cabeza, como

quien tiene tortícolis….los brazos acomodados sobre el costado del cuerpo,

levantó levemente su pie izquierdo, apoyando la punta del pie en la arena,

dejando inerte su cuerpo por unos segundos, para ir luego en una carrera corta y

segura a mojares los pies al mar. Repitió la acción como 10 veces. O más. Sergio,

se quedó observando tratando de descifrar aquella extraña y repetitiva actitud.

Fue en ese momento, cuando la noche cerrada se iluminó. Donde la noche se hizo

día. Parecía como que desde los ojos de aquella pequeña se refractara sobre el

mar un haz de luz. Para el asombro, esa suerte de faro humano evitó que una

lancha pesquera pegara contra el muelle.

Y así como apareció aquella niña, se perdió en el mar. Vaya a saber porque

designio del destino tuvo Sergio la ´posibilidad de ser testigo. Corrió a la playa

para hablar con los pescadores, compartir esa rara experiencia y saber que

habían visto ellos.

Estaban acomodando la lancha sobre la orilla y vociferaban:” fue la mujer faro”,

cuestión que dejó atónito al pochoclero, que se sentó a escuchar y no necesitó

preguntar nada.

-“Parece que el alma de una piba que se perdió hace unos años vuelve de tanto

en tanto….aseveró uno de ellos.

-Si…afirmó el otro.

-Y parece que en estos días una hippie le robó la mascota que tenía, un perro que

llamaban Papucho…replicó el otro.

-Por suerte para nosotros, hoy volvió para evitar que nos comamos el muelle de

frente……aclamaron los dos juntos.

Con semejante historia, era lógico que pocos dieran crédito a creer aquello. Sobre

todo cuando nadie en el pueblo sabía de pescadores que salieran por la

madrugada, y por las características físicas que dio el único testigo mucho menos,

por eso la cuestión quedó en el olvido.

Anoche desperté abruptamente de una pesadilla…..soñé con una mujer, que

repetía los movimientos y los tics de la niña que los pescadores llamaban la mujer

faro…que miraba hacia el mar, como buscando algo, haciendo un cuarto de giro

de su cabeza en el sentido de las agujas del reloj, como quien tiene tortícolis, con

los brazos apoyados a los costados del cuerpo, levantando levemente el pie

izquierdo, apoyando la punta del pie sobre la arena dejando inerte su cuerpo por

  • unos segundos, para luego en una corta y segura carrera ir al mar a mojarse los

pies en forma repetitiva.

Hace días que vengo a la playa…. parece que la historia que contaba mi abuelo la

estuviera viendo….la mujer faro a menos de diez metros de mi reposera…..me

dan ganas de cantar el tango con las estrofas cambiadas: “ Sola, fané y

descangallada/ la vi esta tarde ir a mojarse los pies/ flaca, tres cuartos de

cogote/andá y quedate quieta, dejate de joder…”

Pero no quiero levantar la perdiz, a ver si se la agarra con mi amiga corte rollinga

que viene de Liniers y se quiere llevar a Papucho.


 
 
 

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